Imitemos a Jesús
«Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en Sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó* de la cena y se quitó* el manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó* agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida» (Jn 13:3-5).
«En verdad les digo, que el que recibe al que Yo envíe, me recibe a Mí; y el que me recibe a Mí, recibe a Aquel que me envió».
Jesús sabía que su tiempo estaba por terminar. Los milagros y sus mensajes públicos habían llegado a su fin. Su propósito era preparar a Sus discípulos para lo que venía. La muerte estaba a la vuelta de la esquina y Judas, el traidor, pronto saldría de Su presencia para ir a entregarle como había sido predestinado.
La Última Cena fue el escenario donde Jesús modeló el ejemplo de servicio y humildad que esperaba que sus discípulos imitaran. Al tomar la toalla y lavar sus pies estaba rompiendo las normas sociales y manifestando una vez más que Su reino no era de este mundo.
Como siempre nuestro querido Pedro saltó de la silla. Le parecía inconcebible pensar que su maestro estuviera haciendo la labor del esclavo o del siervo más bajo de su época. Lo que no había entendido era la dimensión espiritual y la enseñanza tan necesaria que Jesús les estaba transmitiendo. Lavarles los pies no era lo más importante, era un ejemplo de algo mucho más profundo. Esa agua lavaría sus cansados y embarrados pies, pero Su sangre, derramada dentro de pocas horas, lavaría completamente su pecado.
Ese acto de humildad y de servicio serviría para recordarle no solo a sus discípulos, sino a todo cristiano, que debemos imitar a Jesús en Su humildad, Su servicio, Su deseo de agradar al Padre y de hacer Su voluntad.
Jesús iría a la cruz en el acto de servicio sacrificial más maravilloso de todos, el Hijo de Dios dando Su vida para que todo aquel que cree en Él tenga vida eterna.
Todas nosotras tenemos un llamado de Dios a servir en humildad, ya sea en nuestra casa, sirviendo a nuestro esposo, cuidando de los hijos, o incluso de algún padre enfermo, o tal vez en algún ministerio visible dentro de la iglesia local. Allí donde Dios nos ha puesto, necesitamos imitar la humildad del señor Jesús, «el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil 2:6-8).
Padre, gracias por el ejemplo perfecto de humildad, de sacrificio, de entrega que vemos en Jesús, ayúdanos por medio de tu Espíritu Santo a imitarlo cada día, en nuestra forma de amar, de perdonar, de servir, y de orar. Permite que quienes nos conocen puedan conocerte a ti por medio de nuestro testimonio mientras seguimos las pisadas de nuestro Salvador Jesucristo.
Amén.