Declaración de Fe

1. Las Sagradas Escrituras: La Biblia es la Palabra de Dios que ha sido inspirada por el Espíritu Santo. Esta inspiración es Verbal y Plenaria. “Plenaria” quiere decir que los textos bíblicos han sido en su totalidad inspirados por Dios; “Verbal” significa que cada palabra fue inspirada por el Espíritu Santo haciendo uso de las diferentes personalidades de los autores humanos. (2 Tim 3:16-17; 2 Pedro 1:21).

La Biblia es absolutamente inerrante o sin error en los manuscritos originales (Mat 5:18; 2 Tim 3:16). De la misma manera es infalible en todo lo que enseña, no contiene error y es digna de nuestra confianza en todo lo que afirma, bien sea en referencia a asuntos de historia, ciencia, la condición del hombre o el carácter de Dios, entre otros (Juan 17:17; Heb 6:18; Num 23:19).
La Palabra de Dios es suficiente y la autoridad suprema en asuntos de fe y práctica (Sal 19:7-9; 2 Pedro 1:3).

De esta manera la suficiencia de las Escrituras ocupa un lugar central en el ministerio de consejería bíblica para entender y solucionar los problemas espirituales de los seres humanos.

Puedes leer “La declaración de Chicago sobre la inerrancia Bíblica” con la cual estoy en total acuerdo en el siguiente link http://www.iglesiareformada.com/Chicago_Declaracion.pdf

2. La Trinidad: Creo en un único Dios (Deut 6:4; 1 Cor 8:4), representado en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo(Mat 28:19; Hechos 5:3-5; 2 Cor 13:14), las tres personas son eternas, omniscientes, omnipotentes y omnipresentes. Son co-iguales en naturaleza y co-eternas. Las tres personas de la Trinidad son completamente Dios y tienen los mismos atributos y esencia por lo tanto son igualmente dignos de recibir adoración y obediencia.

Algunos atributos de Dios:

Eternidad: Dios no tiene principio ni fin, siempre ha existido y siempre existirá (Sal 90:2, Sal 102; 12.25-27, 2 P 3:8).

Inmutabilidad: Dios no cambia. Es el mismo ayer, hoy y siempre. Dios no cambia en su carácter, naturaleza o esencia (Ex 3:14, Nm 23:19, Sal 102:26-28, Is 41:4, Mal 3:6, Stg 1:17).

Gracia: La gracia es un favor inmerecido. Dios muestra su gracia como expresión de su bondad y amor hacia los hombres que no merecen su perdón. Por gracia tenemos acceso a la salvación (Rom 3:21), por gracia el hombre pecador recibe la salvación que es otorgada en Jesucristo (Ef 2:8), por gracia el hombre es justificado (Rom 4:16).

Misericordia: La misericordia de Dios se muestra en el hecho de que no nos da lo que merecemos (Dt 5:10, Sal 57:10, Lc 6:35.36).

Soberanía: Dios tiene el dominio y el control sobre todas las cosas, nada ocurre sin su dirección o permiso. Dios hace todas las cosas según el designio de su voluntad (Ef 1:11). Sus propósitos siempre se cumplen (Isa 46:11).

Santidad: Él es eternamente independiente y separado de toda impureza (1 Pet 1:15-16).

Amor: Dios es amor (Rom 5:8) y por amor envió a Su Hijo a morir en nuestro lugar (Juan 3:16).

El Padre es la primera Persona de la Trinidad es el Creador de todo lo que existe (1 Cor 8:6; Efe 4:6), es Padre de huérfanos y defensor de viudas (Salmo 68:5), así mismo es el autor del plan de Salvación del hombre (Jn 3:16). Él ordena y dispone todas las cosas según el propósito de Su voluntad (1 Cor 8:6 ). Él es el Creador de todas las cosas (Gen 1:1-31; Ef 3:9). Es soberano y ha creado todas las cosas para sí mismo (Salmo 103:19 ; Rom 11:36). Como Creador Él es el Padre de todos los hombres (Ef 4:6 ), pero solo es el Padre espiritual de aquellos que han creído en Jesucristo (Rom 8:14; 2 Cor 6:18). Como Rey soberano del universo, todo lo que Él ha decretado sucede (Ef 1:11 ), el poder, la gloria, la victoria y el honor le pertenecen solo a Él (1 Cro 29:11). No es el autor del pecado, ni lo aprueba (Hab 1:13; Juan 8:38-47). El Padre perdona el pecado de todos aquellos que se acercan a El por medio de Jesucristo y los adopta como hijos suyos (Juan 1:12; Rom 8:15).

El Hijo es eternamente engendrado del Padre y es uno con el Padre (Juan 10:30), es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim 2:5), encarnado por obra y gracia del Espíritu Santo (Lucas 1:35), Jesucristo es la propiciación por nuestros pecados (1 Juan 2:2), y por lo tanto el que cree en El tiene vida eterna (Juan 3:15-36). Jesucristo nunca cometió pecado y vivió una vida perfecta que es imputada a todos aquellos que lo confiesan como Señor y Salvador (2 Cor 5:21).

En la cruz, Jesús tomó la ira de Dios sobre sí mismo, como propiciación por nuestros pecados, Él pagó la pena y fue el sustituto que murió en nuestro lugar. Por medio de Su muerte los que hemos creído en El hemos sido reconciliados con Dios. Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29).

El Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo; Su ministerio incluye convencer a los hombres de pecado de justicia y de juicio (Juan 16:7-9), obrar en la salvación produciendo el nuevo nacimiento (Juan 3:5-7), capacitar a los creyentes en su servicio a Dios (2 Cor 3:6 ), transformar a los creyentes en su semejanza a Cristo (Rom 8:29; 2 Cor 3:18), El Espíritu Santo también mora en los creyentes en el momento de la conversión (Rom 8:9), santifica (Rom 15:16; 1 Cor 6:11) sella a los creyentes para el día de la redención (Ef 1:13).
El Espíritu Santo es el agente de cambio en la vida del creyente, necesitamos Su ayuda para poder entender la Palabra de Dios y también para poder aplicarla a nuestras vidas.

3. El Hombre y el pecado:

Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza (Gen 2:7; Santiago 3:9), con el propósito de recibir del hombre la alabanza y la Gloria de Su nombre (Isaias 43:7). El hombre fue creado sin pecado, con inteligencia, con la habilidad de racionalizar, pensar, tomar decisiones, con voluntad y consciencia.

Dios creó al hombre para tener una relación personal con él, pero con la caída descrita en Génesis 3 se rompió esta relación y las consecuencias del pecado se no se hicieron esperar. De esta manera el hombre: a) fue separado de Dios dando origen a la muerte espiritual (Efe. 2:1); b) nace en pecado (Salmo 51:5); c) está bajo la ira de Dios y merece su castigo (Efe. 2:03); y d) muere físicamente (Romanos 5:12, 6:23).

Romanos 3:10-12 dice: “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios…no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” El hombre es incapaz de acercarse a Dios para reestablecer esa relación rota, porque no tiene la habilidad espiritual para hacerlo. Dios es un Dios santo que odia el pecado (Lev 11:4; Salmo 5:4). Por el contrario el hombre está infectado por una naturaleza corrupta y una inclinación al pecado. Los deseos, anhelos, pasiones, pensamientos del hombre exponen una corrupción total (Gen 6:5; Jeremías 17:9).

La depravación total significa que todos los hombres nacemos en pecado (Salmo 51:5) y estamos infectados por el mal en cada área de nuestras vidas. Estamos bajo su poder y tenemos una corrupción totalmente natural en nosotros que no permite que adoremos a Dios y glorifiquemos Su nombre.

La palabra “total” no significa que nuestras acciones y nuestros pensamientos son tan malos  como podrían serlo. El término simplemente significa que toda la naturaleza humana ha sido afectada por el pecado. Nuestros corazones, mentes, almas, cuerpos, todo está bajo el control y el poder del pecado. Somos esclavos del pecado.

La naturaleza pecaminosa está en el corazón del hombre y le impulsa a transgredir la ley de Dios. Como resultado el hombre peca con acciones, palabras o pensamientos  que no están a la altura de la ley de Dios.

4. La solución al problema del pecado: La Salvación.

Para entender el castigo y la manera en la que Dios odia el pecado tenemos que hablar acerca de la cruz, Romanos 6:23 dice “la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo.” El pecado es tan horrible ante los ojos de Dios que Él prefirió ver a Su Hijo morir en nuestro lugar para cubrir la pena de nuestro pecado. Sabía que no había forma en la cual nosotros pudiéramos estar en Su presencia libres de culpa, porque incluso todas nuestras justicias son como trapos de inmundicia delante de El (Isaías 64:6). Podemos ver la justicia de Dios en la Cruz ya que como dice Exodo 34:7 “Dios de ningún modo tendrá por inocente al culpable.”

La buena noticia es que Dios nos ha reconciliado consigo mismo por medio de su Hijo Jesucristo como 2 Corintios 5:17-21 dice “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados…al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”

Por medio de la reconciliación podemos disfrutar del nuevo nacimiento o la regeneración (Juan 3:3-7), la cual se lleva a cabo en el momento en el que el Espíritu Santo obra en nuestros corazones y nos da una nueva naturaleza y una nueva vida, una vez hemos confiado en  Jesucristo como nuestro Salvador. Con la nueva vida nos es dado un nuevo corazón, lo que significa que tenemos nuevos deseos, y la capacidad de buscar y hacer el bien espiritual. Solo por la obra del Señor Jesucristo en la cruz del Calvario el hombre puede nacer de nuevo espiritualmente para tener una relación con Dios. La salvación es unicamente por gracia y no por obras y no se puede perder (Juan 3:36, 5:24, 10:27-30; Romanos 5:9-12, 6:23; Efe 2:8).

En el momento en el que hemos confesado nuestro pecado a Dios, nos hemos arrepentido y hemos declarado a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador se lleva a cabo nuestra justificación (Rom 3:24, 5:1), esto significa que somos declarados justos por Dios, no con base en nuestros propios méritos o buenas obras, sino en los del sacrificio perfecto de Cristo (Gal 2:16). Una doble imputación se lleva a cabo; por un lado la imputación de nuestros pecados a Cristo (Col 2:14; 1 Pedro 2:24) y por el otro la imputación de la justicia de Cristo a nosotros (1 Cor 1:30; 2 Cor 5:21).

Una vez hemos sido justificados, Dios nos santifica y nos llama a ser santos, nos separa para El (1 Cor 1:2; 1 Tes 4:7), esta santificación es instantánea y tiene que ver con nuestra posición delante de Dios, cuando El nos ve, nos ve en Cristo y nos ve completamente limpios y sin mancha.

Hay otro tipo de santificación que se conoce como la santificación progresiva, esta tiene que ver con la manera como día a día luchamos por eliminar los residuos del pecado de nuestras vidas tratando de vivir vidas piadosas delante de Dios aunque recordando siempre que en esta Tierra nunca seremos totalmente libres de pecado (1 Tes 4:3a; 1 Juan 1:8-10).  En este proceso el Espíritu Santo es nuestro ayudante y el que lleva adelante la obra santificadora en nuestra vidas (1 Cor 6:11; 2 Tes 2:13). El Espíritu Santo nos ayuda a: vivir para la gloria de Dios, a escuchar Su Palabra, a buscar consejo en ella, y nos da el deseo de ser como Cristo,  mientras produce Su fruto en nosotros (2 Cor: 3:18; Fil 2:3-7; Gal 5:22-23).

El propósito de la santificación progresiva es nuestra semejanza a Cristo (Rom 8:29; Efe 4:11-13; 1 Juan 2:6).

El objetivo de la consejería bíblica es la santificación progresiva y por lo tanto nuestra semejanza a Cristo. Es un proceso en el que Dios el Espíritu Santo está trabajando en la vida de todo creyente por medio de Su Palabra y de la relación entre los unos y los otros para como dice Efesios 5:27 presentarse “a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.”