Nunca oramos solas
«De la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. No sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Rom 8:26).
Hoy hablamos del Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad que nos convence de pecado, de justicia y de juicio (Jn 16:8), que nos ayuda a nacer de nuevo debido a Su obra en nuestros corazones, y que habita en el templo de nuestras vidas en el momento en el que somos hechos hijos de Dios. El mismo que nos redarguye y al que contristamos cuando pecamos (Ef 4:30).
Jesucristo prometió que cuando Él subiera al Padre, el Padre enviaría al Consolador, al Espíritu Santo para enseñarnos todas las cosas y recordarnos lo que Él había dicho (Jn 14:26).
¡Qué preciosa promesa, qué preciosa presencia!
De la misma manera, el Espíritu Santo fue enviado para ayudarnos en medio de nuestra debilidad (Rom 8:26), nos recuerda que hay cosas, situaciones, y realidades que están mucho más allá de nuestro entendimiento. Que necesitamos la ayuda de Dios para vivir de este lado de la eternidad, que no estamos solos, que podemos depender de Él para llevar nuestras oraciones al Padre, aun cuando no sabemos qué pedir.
Te confieso que hay momentos en mi vida de oración cuando las palabras no fluyen como yo quisiera, donde el dolor es tanto, la preocupación me agobia, la ansiedad está en mi corazón, y de repente es como si me bloqueara y no supiera por dónde comenzar.
Es allí cuando simplemente digo: «por favor, Señor, ayúdame, Tú sabes lo que necesito». Y a veces lloro y cada lágrima es como un bálsamo que se derrama delante de Dios, como una palabra silenciosa que es dicha desde lo más profundo de mi corazón. Y de repente, en un instante, puede que las circunstancias no hayan cambiado en lo más mínimo, pero mi corazón está en paz, sé que mi Padre ha escuchado la intercesión del Espíritu, pidiendo lo que sabe que necesito.
Te confieso que estas últimas semanas han sido así, momentos donde la certeza de saber que puedo entrar a la presencia de Dios y orar confiadamente sabiendo que por los méritos de Cristo mi oración es escuchada, y que aun en aquellos momentos cuando no sé qué pedir o incluso qué necesito, puedo descansar sabiendo que el Espíritu Santo que vive dentro de mi, me ayuda e intercede a mi favor pidiendo lo que me conviene.
Que esta verdad consuele nuestros corazones y nos ayude a gozarnos aun en medio de la debilidad, ya que es allí donde somos fortalecidos y contamos con la ayuda que necesitamos.
Padre, gracias por enviarnos a Tu Hijo para salvarnos de nuestros pecados y por hacer de nuestras vidas los templos donde vive el Espíritu Santo. Ayúdanos a recordar que Él es Dios y que es el Consolador y nuestro ayudador siempre presente. Te amamos, en el nombre de Jesús. Amén
Dios te bendiga
Mónica Carvajal