Cristo marca la diferencia
El pasado
Durante muchos años viví engañada pensando que estaba bien con Dios. Era una religiosa empedernida. Aunque asistía a la iglesia y servía, leía la Biblia y oraba, mi corazón no había sido transformado, ya que realmente no había entendido el evangelio y, por lo tanto, mi vida no reflejaba el carácter de una mujer cristiana.
Vivía una vida de pecado, unida en yugo desigual con no creyentes y era una idólatra que buscaba su propia satisfacción por encima de agradar a Dios. Vivía para mí, yo estaba en el centro. No entendía que la vida no se trata de mí, sino de Dios y de Su gloria.
Siempre me gusta decir que, en el Viejo Continente, Dios me hizo una nueva criatura, ya que fue al llegar a España y al ver la providencia de Dios en cada detalle —el lugar donde viviría, el seminario en el que estudiaría, la iglesia a la que asistiría y la persona con la que me casaría—, que pude entender que todo eso se encontraba bajo Su soberanía y sería usado por Él para llevarme a comprender el evangelio.
Una noche, al poco tiempo de mi conversión, estaba leyendo la epístola a los Colosenses cuando un versículo llamó mi atención: «para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios» (Col 1:10). En ese momento entendí que la vida cristiana era un camino que requería intencionalidad de mi parte.
Necesitaba andar de una manera digna, agradar a Dios, llevar fruto en toda buena obra y crecer en el conocimiento de Dios. He puesto en cursiva los verbos para que veamos que es algo que necesitamos hacer, una acción que necesitamos ejecutar.
Me gusta leer Colosenses con frecuencia, ya que necesito recordar estas y otras verdades que Pablo comparte en sus páginas. Así que hoy quiero invitarte a que me acompañes a ver cómo podemos caminar intencionalmente en esta tierra agradando al Señor.
Caminando de una manera digna del Señor
Un capítulo que puede ayudarnos a entender cómo debemos vivir de este lado de la eternidad, una vez hemos creído en Cristo, es Colosenses 3, donde encontramos la meta del cristiano y el contraste entre la vida vieja y la vida nueva.
Pablo nos recuerda que debido a que hemos resucitado con Cristo a una nueva vida, el enfoque de nuestro corazón no puede estar en las cosas de la tierra (Col 3:2-3), y que es imperativo y necesario que hagamos morir todas aquellas cosas que caracterizaban nuestra vida antigua. La lista incluye: fornicación, impureza, malos deseos, idolatría, ira, enojo, malicia, insultos, lenguaje ofensivo, mentira, etc. (v.5-8).
Pablo nos exhorta a despojarnos de lo viejo, de los residuos de esa naturaleza caída, del viejo hombre, de todos esos comportamientos normales para una persona no regenerada en Cristo.
Así que, como puedes ver, algo tiene que cambiar en nuestras vidas cuando nos convertimos y tiene que seguir cambiando a medida que vamos creciendo en el conocimiento de Dios y de Su Palabra.
No nos podemos estancar en nuestro crecimiento, ni en nuestra santidad. No podemos quedarnos como estábamos, y una vez nos despojamos de esa ropa sucia del pecado, no podemos quedarnos desnudas. Necesitamos revestirnos del nuevo hombre, Cristo, para ser renovadas y transformadas a Su semejanza (v.10). Nuestro atuendo es Cristo, son las virtudes de Cristo, son las obras de alguien que pertenece a Cristo.
Nuestro atuendo es Cristo
Pablo nos recuerda que hemos sido escogidas por Dios, santas y amadas (v.12). Por lo tanto, somos mujeres distintas, que deben vestirse con los distintivos y las cualidades que Dios quiere ver en todas aquellas personas que han sido reconciliadas con Él por medio del sacrificio de Su Hijo Jesucristo.
Vayamos al armario celestial y veamos todas las virtudes que tenemos disponibles por medio de Cristo y que podemos ponernos cada día con la ayuda del Espíritu Santo:
- Podemos vestirnos de compasión (v.12) al mostrar misericordia y preocuparnos por las necesidades de los demás. Podemos practicar la bondad (v.12) al tratar a todas las personas con gentileza, no creando distinciones entre ellas.
- Podemos vivir en humildad (v.12) al considerar las necesidades de los demás como más importantes que las nuestras, imitando el ejemplo de Jesús (Fil 2:5-8).
- Podemos lucir la mansedumbre (v.12) al tener un corazón que se somete en obediencia a la Palabra de Dios.
- Podemos revestirnos de paciencia (v.12) al soportar las pruebas (Stg 1:3-4), las críticas, el trato injusto y recordando que «el amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor» (1 Co 13:4-5).
- Podemos escoger perdonar (v.13) a nuestros esposos, a nuestros hijos, a nuestros padres, a los hermanos de la iglesia, y a toda persona que se cruce en nuestro camino. Y podemos hacerlo, aunque las personas no se lo merezcan, porque hemos sido perdonadas en Cristo y debemos extender ese mismo perdón a quienes nos ofenden.
- Y podemos hacer todo eso poniéndonos una de las piezas más importantes de este vestuario, el amor (v.14), ya que este actúa como un lazo que une cada parte del atuendo celestial.
Dejemos que la paz de Cristo reine en nuestros corazones (v.15) y seamos mujeres agradecidas por la obra que Dios hace en nuestras vidas, por las oportunidades que nos da para mostrar al mundo que Cristo es nuestro Salvador y Señor, y recordemos inundar nuestra mente y nuestra vida con la Palabra de Dios (16) para que podamos vivir de una manera coherente con la fe que decimos tener.
Unas palabras finales
Necesitamos vivir de tal manera que cada día el fruto del Espíritu «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio» (Ga 5:22-23), sea visible en nuestra vida.
Mis primeros meses en España no fueron fáciles. Vivía sin esperanza y angustiada por el futuro. Dudando si había tomado la decisión correcta. Sin embargo, cuando entendí el evangelio, me di cuenta de que, todas esas noches de desvelo, todas las circunstancias que rodearon mi viaje y cada momento difícil, fueron necesarias para que no dependiera de mí misma, sino de Dios.
El cambio fue tan evidente que quienes me conocían veían a otra Mónica completamente transformada. Perdí amistades en el camino, fui juzgada y criticada por las personas que amaba, ya que no compartía sus valores.
Tal vez, en algún momento de tu vida has experimentado una situación similar debido a tus convicciones y a la nueva naturaleza que tienes gracias a Cristo, así que quiero recordarte que nuestra lealtad debe ser a Dios. Su gloria debe ser el motivo de nuestra existencia.
Cuando nuestras palabras y nuestras acciones reflejan el carácter de Cristo, estamos testificando que el Espíritu Santo ha hecho Su obra en nuestras vidas, que el evangelio es real y que, en Cristo, es posible ser diferentes.
Vistámonos de Cristo cada día, mostrémosle a nuestros esposos, hijos, familiares y amigos que Cristo es suficiente y es hermoso… atraigámoslos a Él con nuestro testimonio y con nuestra vida.
¡Creamos, leamos, estudiemos y vivamos la Palabra!
Sirviendo para Su gloria
Mónica Carvajal
Pd: este artículo fue publicado originalmente en la página de volvamos al evangelio