Vive para la eternidad
El rey David en uno de los salmos escribió «hazme saber, Jehová, mi fin, y cuánta sea la medida de mis días; sepa yo cuán frágil soy. He aquí, diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti; ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive. Ciertamente como una sombra es el hombre; ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá» (Sal 39:3-6).
Sin duda alguna, todos nosotros nos beneficiaríamos de tener la perspectiva del rey David respecto a la vida. Él sabía que el tiempo de este lado de la eternidad es corto y se acaba pronto. Reconocía la vanidad de la vida y lo pasajero que resulta el hombre, como una sombra que pasa y se diluye en un segundo.
Vivimos en el plano de lo que vemos, y tal vez esa perspectiva nos nubla, impidiéndonos ver que la eternidad es tan real como lo que tenemos frente a nuestros ojos.
El rey David, al igual que nosotros tuvo la oportunidad de escoger vivir para este mundo o con la vista puesta en las cosas de arriba. Este hombre, conforme al corazón de Dios, no vivió una vida perfecta, se equivocó, pecó, pero si algo lo caracterizó fue su deseo sincero de agradar a Dios y de vivir para Su gloria. Él sabía que todo lo que tenía en su vida provenía de la mano misericordiosa de Dios (2 S 5:12; Stg 1:17) y por eso gratitud constante brotaba de sus labios (Sal 100:4).
Tú y yo, al igual que David, tenemos la oportunidad de vivir para el aquí y el ahora o para la eternidad. Nuestras expectativas, deseos y ambiciones no deberían quedarse en el ámbito de aquellas cosas que podemos ver o disfrutar de este lado de la eternidad. No es un mejor trabajo, una vida de éxito, una casa más grande, un mayor número de seguidores en las redes sociales, un cuerpo más sano, etc., lo que debería motivarnos cada día de nuestras vidas, ya que como dice Salomón «vanidad de vanidades, todo es vanidad» (Ec 1:2).
La gloria de Dios debería ser la motivación que nos impulsa cada día a vivir sabiamente de este lado del sol. «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Co 10:31).
Cuando administramos nuestro tiempo con sabiduría, usamos los dones, talentos y habilidades que Dios nos ha dado de manera que podamos ser de bendición a otros, estamos escogiendo vivir para la gloria de Dios (1 P 4:10). Cuando cuidamos nuestro cuerpo, que es el templo donde habita el Espíritu Santo (1 Co 6:19-20), estamos viviendo para la gloria de Dios.
Así que, hoy es un buen momento para preguntarnos ¿Trabajamos para ganarnos la aprobación de los hombres o de Dios? ¿Cuidamos nuestro cuerpo porque queremos vivir saludablemente y disfrutar de todas las cosas que hemos conseguido debajo del sol o porque queremos estar sanos para poder servirle a Dios dónde y cómo Él quiera?
¿Buscamos el éxito porque anhelamos que nuestros nombres queden consignados en la historia de nuestra familia, de la iglesia, de la organización para la que trabajamos o en los periódicos, como la persona que consiguió (llena tú el espacio) o porque buscamos la excelencia y darle gloria a Dios a través de nuestro esfuerzo?
Tal vez el rey David nunca se imaginó que su vida quedaría grabada en las páginas de la Biblia y sería leída por millones de personas, sin embargo, él es un buen ejemplo de una persona que viviría su vida para la gloria de Dios. Cuando David se enfrentó a Goliat y lo mató, él era un pastor de ovejas que no consideró su vida como algo mucho más valioso que la gloria de Dios (1 S 17:23-50). Él no pensó en la recompensa que le esperaba, Él se enfocó en que Dios fuera conocido y Su obra celebrada (1 S 17:46-47).
Con esto en mente, hoy te quiero invitar a tener una mente centrada en las cosas de arriba y no en las de la tierra, en la gloria de Dios y no en tu felicidad temporal de este lado del sol. Te desafío a vivir cada día con la eternidad en mente, a no tomar decisiones solo por el beneficio que aquellas te traerán en el corto plazo, te animo a tomarlas pensando en el impacto eterno que tendrán para ti y en la gloria que traerán al nombre de Dios.
No te canses de perseguir la eternidad, de disfrutar desde ya de todos los privilegios y beneficios que tienes como un hijo de Dios. Tu Padre, aquel que te ama y ha enviado a Su Hijo Primogénito a morir en tu lugar, para reconciliarte consigo mismo, tiene un plan glorioso y eterno para tu vida: que seas conformado a la imagen de Cristo (2 Co 3:18).
No desperdicies tu vida viviendo egoístamente y para satisfacer tus propios deseos, y con una mentalidad mundana enfocada en el yo y en una satisfacción personal que no podrás llevarte a la eternidad, más bien consigna, cada día que tienes en esta tierra, en el banco eterno. Aprovecha cada oportunidad que tienes de hacer el bien, de amar, de servir, de invertir en aquello que no se pudre, que nadie puede robarte, que ganará beneficios eternos «porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6:21).
No escatimes en tu esfuerzo de vivir para la gloria de Dios, de enfrentar persecución, dolor y sufrimiento por Su causa, si es a eso a lo que Él te ha llamado (Ro 8:17). No te desesperes intentando encajar en la sociedad que te rodea, rechazando la verdad absoluta que conoces y que te ha hecho libre. Imita el ejemplo de Moisés el cual escogió «más bien ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los placeres temporales del pecado» (He 11:25) y quien «consideró como mayores riquezas el oprobio de Cristoque los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa» (He 11:26).
No te vuelvas esclavo de los hombres, de sus ideas, de sus cosmovisiones (Ro 12:2). Permite que el evangelio moldee la manera como vives, como defiendes la verdad, como te opones a una cultura que grita cada vez más fuerte que no hay verdad absoluta, que no hay Dios, que no hay eternidad.
Recuérdate cada día que Dios ha puesto eternidad en tu corazón (Ec 3:11), que esta vida no es todo lo que existe, que la eternidad es una realidad que debería motivarte a vivir tu tiempo terrenal, entre el primer llanto y el último suspiro de tu existencia, con excelencia, con la certeza de que algún día vas a rendir cuentas en el tribunal de Cristo por lo que has hecho o dejado de hacer mientras estabas en el Cuerpo (2 Co 5:10).
Hoy es el día para empezar a vivir con la eternidad en mente. ¿Sabes por qué? Porque la eternidad puede llegar en cualquier momento. Ni tú ni yo sabemos cuándo será el día en el que tendremos que presentarnos delante del Padre, de nuestro Creador y Dios para rendir cuentas por todo lo que hemos hecho con nuestras vidas.
¿Quieres recibir un «bien, siervo bueno y fiel»? Vive con la mente en la eternidad. Gana almas para Cristo, comparte el evangelio, realiza sacrificios de amor, renuncia a una satisfacción personal y terrenal, no dejes que el enemigo te robe el deseo de vivir para la gloria de Dios.
No te detengas ante la tribulación y no huyas del sufrimiento, porque en medio de todo eso, te garantizo que tu corazón anhelará con mayor ímpetu la eternidad, tus anhelos estarán buscando la gloria de Dios y tu alma se gozará cuando llegue el día de ver cara a cara a Tu Señor y Salvador.
Sirviendo para Su gloria,
Mónica
Pd: Este artículo fue publicado originalmente en la página de editorial EBI.