Cuando la alabanza reemplaza al llanto
«Tú has cambiado mi lamento en danza; Has desatado mi ropa de luto y me has ceñido de alegría; Para que mi alma te cante alabanzas y no esté callada. Oh Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre»(Sal 30:11-12).
En este salmo «Acción de gracias por haber sido librado de la muerte», el rey David reconoce que la victoria que ha experimentado ha sido debida a la intervención de Dios. Él es quien ha impedido que los enemigos del rey se burlen, es quien ha sanado su vida cuando pidió auxilio. Es quien le ha dado vida y misericordia (1-3).
Por esta razón el rey invita a todo el pueblo a cantar alabanzas y a exaltar Su nombre (4).
El rey reconoce que la ira de Dios existe, pero que dura solo un momento, ya que Su favor, Su bondad, Su misericordia duran toda la vida. Esa es la razón por la cual podemos alabarle y bendecirle, porque sabemos que es un Dios lleno de bondad y compasión.
Podemos llorar durante la noche del dolor, cuando el sufrimiento golpea nuestras vidas, pero podemos descansar en que cada mañana Sus misericordias son nuevas y que con ellas llegará el grito de alegría, ese momento cuando nuestro corazón independientemente de las circunstancias, puede gozarse porque reconoce quién es su Dios.
David reconoce que cuando todas las cosas iban bien, cuando la prosperidad parecía ser algo de lo que podía disfrutar siempre, el orgullo había llegado a su corazón, ya que había manifestado: «Jamás seré conmovido» (6). Reconoce que ha sido el favor de Dios, no su habilidad, no sus propios recursos, nada en él, lo que ha hecho que su monte permanezca fuerte.
Mientras Dios escondió Su rostro de David, él experimentó sufrimiento, fue turbada su alma, estaba atribulado, angustiado, se sentía desfallecer. Y en ese momento pudo clamar a Dios, suplicar por Su ayuda, pedir que extendiera Su misericordia y lo salvara para poder seguir alabando y anunciando Su fidelidad.
David sabía que su vida estaba en las manos de Dios, no en las de sus enemigos. Por lo tanto, clama para que Dios lo escuche y tenga piedad de su alma, pide Su ayuda, Su intervención.
Y finalmente el rey reconoce que es Dios quien ha cambiado su lamento, su dolor, su tristeza, su miseria… en danza, en celebración, en victoria, en gozo y alabanza. Dios le había devuelto la esperanza y la vida al rey. Él había obrado y le había dado la victoria.
¿Con qué propósito? El mismo rey nos lo dice: «para que mi alma te cante alabanzas y no esté callada» (12).
Cuando Dios nos libera del pecado y de sus consecuencias, cuando nos libera de nuestro dolor e intercede a nuestro favor en medio del sufrimiento, lo hace para que podamos ser testimonios vivos de Su gracia, para que podamos alabarle y bendecirle, gozarnos y animar a otros con nuestra gratitud.
Imitemos el ejemplo de David, démosle gracias por siempre a nuestro Dios.
Nos ha librado de una eternidad en el infierno, nos ha dado la oportunidad de conocer a Jesucristo como nuestro Salvador. Nos ha dado vida eterna y salvación.
Aunque no nos libere del dolor, de la pérdida, del sufrimiento de este lado de la eternidad, aún si las circunstancias a nuestro alrededor no cambian, podemos y debemos gozarnos y alegrarnos porque disfrutamos de la mayor victoria que Jesucristo consiguió para nosotros en una cruz hace más de 2000 años.
Oh, que nuestras almas alaben y bendigan a nuestro Dios porque nos ha librado del enemigo, de la esclavitud al pecado y nos ha dado la victoria eterna en Cristo.
Padre, gracias porque sabemos que eres bondadoso, misericordioso y bueno, por darnos la victoria y por permitirnos gozarnos en ti. La noche tiene un final, el sufrimiento termina, el dolor no tiene la última palabra en nuestras vidas, la tienes TÚ.
Te amamos, en el precioso nombre de tu Hijo Jesucristo.
Amén.