Del dolor a la gratitud
“Jesús le dijo: «“Suéltame porque todavía no he subido al Padre; pero ve a Mis hermanos, y diles: ´Subo a Mi Padre y Padre de ustedes, a Mi Dios y Dios de ustedes´”»(Jn 20:17).
Cuando pienso en el dolor que habían experimentado los discípulos al ver que su maestro había sido crucificado y enterrado, me pregunto ¿Cuál hubiera sido mi reacción? ¿hubiera ido temprano en la mañana al sepulcro para llorar la muerte de mi Señor? ¿Me hubiera quedado llorando y lamentando en mi casa, sintiendo que todo estaba perdido?
La verdad es que me alegra que María Magdalena tuvo la iniciativa de levantarse temprano, antes de que saliera el sol, para ir al sepulcro y llorar por la muerte de Su Salvador.
Imagino el temor que sintió al ver que la piedra había sido quitada, y la incertidumbre que la embargó al no saber en dónde estaba el cuerpo de su Señor. Sin embargo, eso en lugar de paralizarla la hizo actuar, así que diligentemente va a donde los discípulos y les hace saber lo que ha acontecido.
Juan y Pedro al escuchar la noticia corren hacia el sepulcro y encuentran una tumba vacía. Todavía no habían comprendido que todo esto formaba parte del plan original de Dios.
Lo que en principio parecía ser aún peor que la misma cruz, al no saber en dónde estaba el cuerpo de su Maestro, pronto se convertiría en un motivo de gozo y gratitud.
Los discípulos regresaron a sus casas, tal vez desconcertados, tal vez temerosos, tal vez dudando de que todo lo que habían vivido y experimentado durante los tres años que caminaron con Jesús, había llegado a su fin.
Sin embargo, María Magdalena, se queda llorando, tal vez preguntándose una y otra vez ¿Dónde estará?
María estaba en el momento y el lugar donde Dios quería que estuviera, así que allí en medio de su dolor, Jesús resucitado se le aparece y le hace dos preguntas: «“Mujer, ¿por qué lloras?… “¿A quién buscas?”». Ella, sin poder reconocer a su Maestro, le responde: «“Señor, si usted lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, y yo me lo llevaré”».
La respuesta de Jesús fue mucho mejor de la esperada«“¡María!”», y allí, en ese momento, ella supo que quien acababa de pronunciar su nombre, era su Maestro.
Quiso seguramente abrazarlo y sentir la cercanía de Su presencia. Pero Jesús le pide que lo suelte, ya que todavía estaba pendiente Su ascenso al Padre. Y le manda ir a dar un recado importante a sus discípulos, «“ve a Mis hermanos, y diles: ´Subo a Mi Padre y Padre de ustedes, a Mi Dios y Dios de ustedes´”».
Por primera vez los discípulos son llamados hermanos de Jesús. Debido a Su muerte y resurrección, una nueva relación había sido establecida. Y gracias a ella, hoy todos los que hemos creído en el sacrificio perfecto de Cristo, podemos gozarnos al saber que tenemos acceso libre al Padre y que hemos sido hechos hijos de Dios.
Disfrutemos de la familia en Cristo, de los hermanos de la fe, y contémosle al mundo que Él vive y ha resucitado.
Padre, gracias por la victoria sobre la muerte, por la resurrección que nos garantiza que vamos a resucitar un día con Cristo y viviremos eternamente en Tu presencia. Amén.
Sirviendo para Su gloria
Mónica Carvajal