Jesús el Capitán de nuestras vidas
Muchas veces en la vida no podemos entender la manera como Dios obra. Las circunstancias a veces parecen desafiarnos a desistir de nuestra fe en Dios.
No es fácil; la guerra se levanta alrededor de nosotros y tenemos que pelear, defendernos, y muchas veces pasar hambre, resistir velando en todo tiempo, podremos sentir sed y ganas de huir y salir corriendo….pero no es posible.
Estamos en un mundo caído, y esa condición nos amenazará hasta el fin de los días de nuestra presencia aquí. Sólo hay una manera de poder vencer, solo hay un Supremo Comandante que puede llevarnos a la victoria. Sin embargo, muchas veces no lo conocemos o no estamos dispuestos a seguir sus órdenes.
En esos momentos es cuando el enemigo toma ventaja, se aprovecha de nuestra debilidad, nos hace quitar la mirada del único que puede ayudarnos. Desvía nuestra atención y aniquila nuestra voluntad, nuestras fuerzas, nuestros motivos…nos acosa, nos toma como sus prisioneros.
En ese momento, el Comandante Supremo vuelve a llamar, y aunque lo vemos, parece que es imposible que podamos llegar a Él, y estar donde Él está; el camino en el que estamos ha sido completamente minado, llegar a un lugar seguro, al lado del Gran Líder no va a ser fácil, las minas si no nos matan, pueden amputarnos el cuerpo y hacernos perder las piernas, los brazos, o cualquier otro miembro.
Entonces llega la pregunta ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo arriesgarme a cruzar este terreno enemigo y no morir, o perder en el intento? ¿Quién me garantiza que para cuando llegue, recibiré apoyo del Jefe Supremo? ¿Quién me garantiza qué me dirá la palabra que necesito y no me dejará por fuera porque antes no le obedecí?
¿Cómo sabré que no me culpará o castigará por haber desobedecido sus órdenes antes? ¿Cómo no pensar que estará enojado y deseoso de entregarme al consejo de guerra, para que me juzguen por mi desobediencia? ¿Cómo puedo confiar en Él siendo que nunca lo conocí, que nunca le obedecí?
Mientras esas preguntas surgen en mi cabeza, llegan también a mi corazón y a mi mente los testimonios de otros combatientes que lo han intentado. Ellos también se han revelado en el pasado, lo sé, han sentido miedo en algún momento porque se han sentido desprotegidos en territorio enemigo. Pero han vuelto con confianza, sabiendo que aunque el camino estaba minado, tenían que buscar ayuda contra el enemigo. Ellos sabían que era mejor correr en dirección al Jefe Supremo aunque llegaran heridos o incluso a punto de morir. Sabían que “el vivir es Cristo y el morir ganancia.”
Ellos conocían las palabras del Gran Líder, sabían que había dicho que siempre estaría allí, habían escuchado que les había dado una orden: “No tengan miedo”. Y también que les había prometido “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Esas palabras resonaban en sus cabezas una y otra y otra vez, y les habían ayudado cuando el miedo quería paralizar sus piernas impidiéndoles correr.
Así que se unieron. Permanecieron despiertos, velando, orando, recordando todas las palabras que habían sido dadas por el Jefe Supremo, a fin de encontrar alguna palabra que les sirviera contra el enemigo. Buscaban alguna manera de vencer, de destruir los efectos de las minas; o mejor, una manera de detectar el sitio exacto donde estaban, para no pisarlas, para no caer en sus trampas…para no morir.
Habían recordado que la vida es un regalo de Dios y que Él tiene el poder de darla y quitarla, y también que no había ningún lugar a donde Él no pudiera encontrarlos. Así que en esas promesas descansaron y encontraron el consuelo que necesitaban.
¿Si ellos pudieron confiar en Él, cómo yo no voy a ser capaz de hacer lo mismo?
Yo también necesito correr, luchar, arriesgarme; así que desde lo más profundo de mi corazón clamo: Señor dame fuerza, ¿cómo puedo llegar hasta ti? dime Señor, ¿Cómo puedo correr y encontrar la manera de no dejarme caer en las trampas del enemigo mientras voy buscando Tu ayuda para sentarme contigo en el campamento?
Me doy cuenta que justo en el momento en el que mi alma grita y suplica desde lo más profundo de mi ser, Tú vienes a mi ayuda, corres hacía mí, porque ves mi sufrimiento, mi frustración, mi dolor, la angustia en mis ojos. Y cuando te veo caminando con paz hacía mi, puedo darme cuenta que no he estado sola, que Tu presencia es real, que siempre has estado allí para ayudarme, que siempre has tenido la manera perfecta de poder cruzar el campo enemigo, sin peligro, con seguridad.
Y así lo hiciste. Llegaste a mí, me tomaste, me rescataste. Solo estabas esperando que pidiera Tu ayuda, era lo único que necesitabas que yo hiciera Señor.
No querías que pensara en mi habilidad para poder atravezar el terreno enemigo, no era mi capacidad de derrotar o superar las armas y las minas del enemigo; era la Tuya; ésta era Tu guerra, no la mía Señor, y de esa manera era Tu habilidad para socorrerme, la que me iba a dar la victoria, la seguridad, la oportunidad de salir de mi prisión; del campo minado por el miedo, la frustración, el orgullo, el temor, el enojo, y tanta otras trampas que el enemigo había puesto en mi camino.
Sólo Tú podías ayudarme, pero Tú querías que pidiera Tu ayuda, y cuando lo hice viniste a mi encuentro y me sacaste a lugar espacioso y seguro junto a ti. Gracias Señor.
Por Mónica Carvajal @2014