Mi reflexión en medio del sufrimiento

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Cuando las cosas se salen de nuestro control, cuando tocamos puertas y no se abren. Cuando oramos y parece que nuestras palabras se quedan suspendidas entre el techo y el suelo de nuestra habitación. Cuando clamamos a Dios por ayuda y por Su intervención y parece que Su respuesta es un silencio abrumador que nos ensordece, impidiéndonos escuchar la bondad y la misericordia que cada día trae sobre nuestras vidas.
¿Has estado en esa situación, verdad? yo sí, y te puedo asegurar que no es fácil. Mi familia y yo hemos experimentado a lo largo de los años, momentos de gozo y paz, pero también de sufrimiento e inestabilidad.
Cuando los días, los meses o los años no son fáciles y nos encontramos luchando contra el desánimo, la pérdida, la duda, la incertidumbre, el agobio y la preocupación. Experimentamos temporadas difíciles de asimilar, donde nos cuestionamos el propósito de nuestras vidas y el futuro que nos espera.
¿Será que acaso Dios se ha olvidado de nosotros? ¿Será que hemos cometido algún pecado que nos acarree esta disciplina tan dura de Su mano? ¿Será que volveremos a ver el Sol brillar? ¿En medio de esta noche de prueba y oscuridad podremos seguir confiando en que Su mano nos sostendrá? ¿En que Sus ojos están observando cada paso que damos? ¿En qué Él camina a nuestro lado?
Quiero compartir contigo un poco acerca de mi experiencia en esos momentos de lucha, cuando me encuentro lidiando en contra de la incredulidad y el desánimo. Cuando estoy tratando de enfocar la mente en la eternidad y la gloria que me espera al otro lado. Cuando me esfuerzo por mantener los ojos puestos en Cristo. En Su obra, Su sacrificio, Su amor, Su gracia y Su perdón.
¿Sabes? Sola no podría mantenerme de pie, sé que la gracia de Dios es la que me ha sostenido. En esos momentos me he mantenido como Abraham, viendo al Invisible. Refugiándome en el carácter de Dios, en Su poder, en Su bondad.
¿Si no recurro a lo que conozco que es verdad acerca de Dios, ¿a dónde voy? ¿A mis sentimientos? Me temo que estos son como arena movediza. No puedo confiar en lo que mis emociones me dictan, porque me llevan en la dirección contraria. Me empujan hacia el abismo del temor, la duda, la desconfianza, la incertidumbre, la ansiedad. ¿No te pasa lo mismo en medio de tu sufrimiento?
Así que, en esos momentos cuando dudo, cuando el temor me paraliza y el corazón se acelera con ganas de salir desbocado gritando y llorando debido al sufrimiento…oro.
Clamo a Aquel que me conoce desde lo más profundo. A Aquel que está conmigo a cada paso del camino. A Aquel que me ha prometido Su ayuda. A Aquel que me ha demostrado que es fiel. Clamo y oro porque Él me escucha. Él es mi Padre. Él es bueno. Él es Dios.
Recuerdo que una mañana, en medio del sufrimiento, mientras oraba, abrí mi corazón, lloré, lloré mucho, lloré como cuando un niño pequeño se encuentra perdido en medio de una multitud. Lloré, y abrí mi corazón a Dios. compartí con Él mis temores y mis miedos, mis fracasos y las dudas que albergaban mi corazón. Me desahogué, expresé mi dolor y confesé mis pecados conocidos y aquellos de los que no soy consciente. Dios escuchó mi oración.
Luego leí los Salmos y Dios habló a mi corazón. Me recordó que Él es dueño de todo. Que Él lo ha creado todo. Que Su misericordia permanece. Que Él es poderoso.
Así que, cerré mi Biblia y oré una vez más. Esta vez, no con el llanto de una niña que ha perdido a sus padres en medio de una multitud, sino con la confianza de una hija que sabe que Su Padre la ve, la comprende, la escucha. Con la confianza de saber Quién es el que me cuida y me ama. Oré recordando Su obra en el pasado, Su carácter, Sus atributos. Oré sabiendo que Dios estaba conmigo en esa habitación, en medio de los juguetes de mi hija, en medio de la incertidumbre, en medio de mi debilidad.
Pude orar porque Dios mismo puso las palabras en mi boca, trajo a mi memoria pasajes bíblicos que hablaban de Su fidelidad hacia Su pueblo infiel, de Su fidelidad hacia Sus hijos y de Su amor.
Sí, esa mañana fui animada por la Verdad que trajo consuelo y descanso a mi corazón. Así que, hoy oro por ti, para que en medio de tu momento de dolor y sufrimiento puedas correr a los brazos del Dios eterno que te ha creado y que envió a Su Hijo Jesucristo a morir en tu lugar. Él conoce tu necesidad y anhela ser quien la sacie. No esperes más y corre a Cristo, encuentra en la cruz la esperanza que tu alma necesita.
Sirviendo para Su gloria
Mónica Carvajal