By December 3, 2020 0 Comments Read More →

La semilla del Evangelio


Photo by Joshua Lanzarini on Unsplash

La mayoría de la gente le tiene miedo a lo desconocido. Miedo a la enfermedad. Miedo a la pérdida. Miedo al dolor. Miedo a la muerte.

Miedo. Una palabra que alberga muchos sentimientos y pensamientos negativos.

Esta mañana hablando con una amiga, me comentaba acerca de una persona a la que conoce que está a punto de fallecer.

Ella, afectada por la noticia, me decía que le tiene miedo a las enfermedades y a la muerte. Su respuesta ante todo este dolor y sufrimiento, es pensar menos, dormir más y tratar de vivir y disfrutar de la vida.

Mi respuesta ante este comentario fue aprovechar la oportunidad para compartirle el Evangelio.

La muerte es tan real como la vida, solo que la muerte no es deseada como la vida, es temida como un enemigo que nos arrebata lo más valioso y nos despoja de lo más maravilloso que conocemos de este lado de la eternidad.

Hoy, viendo el miedo en los ojos de mi amiga, le di gracias a Dios por la oportunidad de poder compartir el Evangelio con ella. Así que allí, a la entrada del colegio, en un día frío de otoño, sin tiempo para preparar un gran mensaje, simplemente una pequeña oración silenciosa pidiendo sabiduría para darle alguna esperanza y algo en que pensar, le pregunté: ¿qué piensas que hay del otro lado?, su respuesta fue un “no sé”. 

Le dije: “yo sí. La Biblia dice que solo hay dos lugares a donde podemos pasar la eternidad, el cielo o el infierno. Al cielo solo van los que han creído en Jesucristo. “Jesús dijo: yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino a través de mí.”

Mi amiga me miro, decepcionada y dijo: “no sé yo, yo creo que si uno es bueno, pues allá arriba le ira bien. Y si no, pues no.”

Me quedé mirándola y le dije: “lamento decirte que no. Dios es el dueño del cielo y solo Él puede decidir a quien deja entrar al cielo.”

Señalando a algunas mamitas que había cerca, le dije: “yo las veo a ellas, pero no las conozco, así que no las voy a dejar entrar a mi casa. De la misma manera Dios solo deja entrar a su hogar, el cielo, a quienes conoce, y solo conoce a quienes han creído en Jesucristo.”

Y añadí: “la Biblia dice en Isaías que todas nuestras buenas obras son como nada delante de Dios. Nada de lo que hagamos nos hará ganar un lugar en el cielo. No hay manera en la que podamos esforzarnos para comprar una entrada a ese lugar especial.” Nuestro deseo de ir al cielo, no se cumple solo por desearlo, esto solo es posible si entramos porque conocemos a Jesucristo.

Le dije: “¿sabes por qué morimos?  Porque la paga del pecado es muerte. Porque el dolor y la enfermedad y la muerte son la consecuencia de nuestro pecado contra Dios.”

En ese momento nuestros esposos que estaban hablando a nuestro lado empezaron a caminar y a despedirse. No pudimos continuar nuestra conversación. Quedamos para tomar café uno de estos días.

Hubiera querido tener más tiempo para poder hablar con ella, sin embargo, sé que hoy en una conversación de cinco minutos, planté la semilla del Evangelio. No fue la conversación mas extensa y profunda, la explicación no fue la mas larga y planificada, pero la oportunidad presentada hoy tenia que ser aprovechada para compartir el Evangelio, dar esperanza y ayudar a otra persona a pensar en la eternidad.

Mientras escribo este mensaje pienso en todas las circunstancias que rodearon este encuentro: Mi hija no quiso desayunar mucho esta mañana. Su hija se levantó un poco más tarde de lo normal. Mi esposo cargó en brazos a nuestra hija hasta el colegio porque hacia frio y estaba consentida. Mi amiga estaba acompañada de su esposo. Mi amiga compartió la tristeza que había en su corazón. Y, concluí que el Señor en Su providencia orquestó todas las cosas para que pudiéramos tener esta conversación. Como puedes ver no hay casualidades en la vida del cristiano, todo pasa por una razón.

¿Y tú? ¿Cuándo fue la última vez que has compartido el Evangelio? El tiempo se acaba y hoy puede ser el día de salvación del alma de alguna persona que se cruza en tu camino.

Abre tu corazón y tus labios y proclama la belleza y el milagro del Evangelio.

Dios te bendiga

Mónica

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