By April 1, 2021 0 Comments Read More →

Llévalos a Cristo

Photo by Stefano Intintoli on Unsplash

Hay personas a las que seguramente amas y por las que tal vez has estado orando desde que has sido libre en Cristo. Lo sé. Lo he vivido. He estado en tu lugar, y créeme, aún lo estoy.

Por eso hoy quiero compartir contigo acerca de cuatro personas que, movidos por la fe, ayudaron a un paralítico. Quiero invitarte a que los imites y a que te dejes maravillar y sorprender por la obra que Dios puede hacer en la vida de quienes amas.

La casa llena

Puedes leer el relato en el evangelio de Lucas 5:17-26.

Jesús y sus discípulos están de regreso en Capernaum. Muchas personas habían llegado para escuchar su enseñanza y predicación de la Palabra. Es tanta la fama que ha ganado, que el lugar está lleno. No hay espacio para nadie más.

Me imagino la cantidad de personas que habrán llegado simplemente por curiosidad, otros tal vez sedientos y hambrientos espiritualmente hablando. Sin embargo, había un pequeño grupo de cinco hombres que han llegado con una necesidad particular. Cuatro de ellos habían llegado por sus propios medios, pero agotados por la pesada carga que tenían sobre sus hombros.

Estos eran probablemente amigos de este hombre que no podía caminar. Un paralítico que estaba cansado de su condición. Una persona que no tenía ninguna posibilidad de hacer una vida normal y que se encontraba postrado en una camilla. Humanamente hablando, llegar hasta Jesús por sus propios medios sería imposible. Necesitaba ayuda y Dios se la envió en forma de personas fieles que harían hasta lo imposible para llevarlo hasta Aquel que podía con toda certeza darle lo que necesitaba.

Hombres de fe

Estos eran hombres de fe. Hombres que decidieron ayudar a una persona necesitada y que intentarían hasta lo imposible para que pudiera ver a Jesús. No se dejaron intimidar por la multitud. Los límites físicos de la casa no serían impedimento para que ellos pudieran cumplir con su misión.

Sin dudarlo, deciden subir hasta el techo, desmontarlo y bajar cuidadosamente la camilla para poner a su amigo frente a Jesús (19). Cuando Jesús los ve, no ve su cansancio. Ve su corazón, ve su fe, y se dirige al paralítico diciéndole: “hombre, tus pecados te son perdonados (20).

Me emociona leer estas palabras, porque, aunque los amigos conocían el sufrimiento físico del paralítico y querían ayudarle, ellos no conocían la gravedad de su condición. Este hombre no estaba enfermo solo en su cuerpo, estaba muerto espiritualmente, estaba viviendo en pecado y necesitaba una cura mucho más urgente y necesaria: necesitaba un Salvador.

Algo extraordinario ocurrió no solo en ese momento en el que Jesús habla directamente al hombre que se encontraba en la camilla, sin poder moverse. Lo extraordinario había ocurrido antes, en la vida de cuatro personas que decidieron hacer hasta lo imposible para levantar a quien conocían y a quien seguramente amaban.

Dios había movido el corazón de estos hombres para ayudar a su amigo. No sabían el favor tan grande que estaban haciendo al presentarlo delante de Jesús. Nunca se habrían imaginado que su fe y todos sus esfuerzos para llevarlo hasta esa casa donde se encontraba Jesús, provocarían un cambio tan radical en la condición de este hombre.

La respuesta de la fe

Este milagro del paralítico deja claro que Jesús tiene poder sobre la enfermedad y tiene poder para perdonar pecados. Jesús es Dios, su poder no tiene límite. Él conoce el corazón de todos los hombres y conoce la necesidad que hay de perdón, de salvación, de reconciliación con Dios. Por eso, hace 2000 años vino a la tierra, no solo para llevar a cabo milagros tan maravillosos y sorprendentes como sanidades físicas, sino para demostrar que Él puede perdonar nuestros pecados. Vivió una vida perfecta, murió y resucitó, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna (Juan 3:16).

El paralítico de nuestra historia responde glorificando a Dios, tomando su lecho y yéndose a su hogar, y su salvación quedó registrada en las páginas de la Biblia para recordarnos el poder de Cristo y la necesidad de poner nuestra fe en Él.

¿Tienes tú esa fe?

Así como esos cuatro hombres no se dejaron intimidar ni detener por las barreras físicas para llevar a su amigo hasta Jesús, quiero recordarte que no hay barrera espiritual que impida que entres delante del trono de la gracia.

La puerta del cielo está abierta para quienes oran con fe, para quienes conocen a Cristo como Señor y Salvador, para quienes tienen al Espíritu Santo morando en ellos, por la fe que han puesto en la obra de Cristo a su favor.

Hoy quiero invitarte a no dejar que los pecados, las actitudes, la rebeldía, el comportamiento, las acciones dolorosas y las palabras de rechazo al Evangelio, que las personas que amas puedan tener, impidan que los lleves a Cristo.

No te canses de orar por ese familiar, por ese amigo, por ese compañero de trabajo, por ese vecino, por esa persona a la que le has compartido el Evangelio. No te canses de llevarlos a Aquel que tiene el poder para darles fe y cambiar sus corazones. Recuerda que son paralíticos espirituales, y que tú tienes la bendición de poder interceder por ellos.

Puede parecer una misión imposible, como si la tierra en la que estas sembrando estuviera marchita, muerta, árida o desierta. Pero piensa, ¿Cómo estaba tu corazón antes de llegar a Cristo? ¿Puedes pensar en por lo menos una persona que sabes oró por tu salvación? ¿Te has gozado por la salvación de alguien por quien has orado en el pasado? Dios puede hacer milagros como esos todos los días y en los corazones más duros.

Ánimo, “no te canses de hacer el bien; porque a su tiempo segaras, si no desmayas (Gálatas 6:9)

Te invito a compartir algún testimonio de cómo Dios ha usado tus oraciones en el pasado y cómo te ha movido a orar por la salvación de alguien por medio de este escrito.

Dios te bendiga

Mónica Carvajal

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